Dio un paso largo al
frente para sortear el hueco profético en el tablado. Levantó la mano y dejó
salir un grito de guerra. La multitud reaccionó dentro de los parámetros. El
político elocuente pinchó con el dedo cada uno de aquellos corazones con una
serie magistral de movimientos acompasados de conjuros lingüísticos, que aunque
de bajo nivel, efectivos. Habló de casas propias y de educación gratuita. Para
cuando quiso mencionar la remodelación del puente, la multitud le pertenecía
por completo; y ello a pesar de que cuatro años atrás el mismo político con un
nombre distinto poco le había faltado para prometer la pavimentación de la ruta
al cielo. A cuatrocientos metros de distancia, en la torre de la iglesia,
detrás de un ventanuco opaco de borde oxidado, el ojo de un rifle se asomaba
persiguiendo la cruz en el pecho del orador. Era un tiro fácil, demasiado
cómodo para no haber sido cubierto por el esquema de seguridad. El dedo detonó
el percutor cuando el político recitaba la décima promesa; acabar con la
corrupción que nos tiene al borde del abismo. Lo dijo con pasión afectada como
lo haría el farsante que se indigna con quien lo ha pillado infraganti. La bala
se desprende del sonido y atraviesa media plaza sin que la multitud alborozada
alcanzara a sospechar que el político caería en décimas de segundo. Levantó las
manos con los puños cerrados, mencionó la palabra corrupción con voz seca y
palpitante, dio un paso atrás porque quería repetir la palabreja al descubrir
que la multitud reaccionaba mejor de lo esperado ante la ofrenda. Pero el tacón
de madera se atascó en el tablado e hizo que el político trastabillara dos
pasos al costado en el instante mismo que la bala limpia se incrustaba en uno
de los altillos de la plataforma. La multitud confundió la detonación con
cohetes celebratorios. El político, que había logrado dominar a la masa
hirviente, no logró controlar su propio cuerpo. Descubrió al borde de la tarima
que había pocas esperanzas de que pudiera retomar el control del horizonte. Ante
la inminencia de la caída y con un audaz grado de autoconfianza, el político decidió
arrojarse para que la fanaticada lo envolviera con las manos y lo reintegrara
al podio como suelen hacer los entusiastas con sus ídolos musicales. Sería
apoteósico, soñó con ello menos de lo que demoró la bala en encontrar el final
del nicho en la madera. La multitud, sin embargo, ante la avanzada temeraria de
la demagogia hecha carne, se abrió a sus pies. Ya no valieron los manoteos de último
instante para agarrarse del aire, ni de los cabellos reventados de los votantes
o de sus ropas raídas.
Como he publicado en google+ desde que te conocí vislumbré tu pasión por la literatura pero por la narración; con ese inteligente humor negro, sarcástico y, natural, en aquel tiempo -pasado los años- algo más oficioso y académico; pero de todas formas atrayente, sugerente. Nos brindas un cuento con una carga evidentemente ético-socio-político con ese toque de humor inteligente del que hablo. Tema político con el tema sicológico de la auto-valoración egocentrista del incumbente. Lo fortuito se encadena con la realidad y la cambia... lo hace resbalar y evitar que sea diana de un disparo anunciado... queda como el imbécil que es nada rockero ni divino, aunque los planes del ejecutante se truncaron. Lo lúdico baña todo este trabajo narrativo que define a su escritor desde un contexto donde tendemos a reirnos para no tener que llorar.
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