La manera como deseaba
cifrar la primera línea ya había sido utilizada por otro escritor que algún día
leyó y cuyo libro andaba perdido entre los anaqueles diseminados por toda la
casa. Pasó varias semanas desnudando la idea y descubriéndole otros ángulos,
pero estaba inevitablemente capturado con esa línea fácil y atractiva, bañada
de una efectividad singular, que resultaba difícil concebir no hubiera sido
utilizada más de una vez a lo largo de la historia reciente de la literatura.
Para justificar el plagio, se rodeó de un párrafo que lapidó con la siguiente
frase; «Como una tibia gota de rocío, Marlene amaneció pletórica y delicada. La
noche le había permitido asentar las ideas y era evidente que gozaba de mejor
ánimo.» Luego sería relativamente fácil proseguir: «Había concretado después de muchos
días la manera de liquidar a su esposo sin dejar huella.» Ya estaba, era
magistral. Se convenció con poco esfuerzo de que ese primer esguince de párrafo
no podía más que representar la génesis de una buena novela. Esa mañana no
escribió más, fue hasta la habitación y le pidió a su devota esposa que por
favor le preparara un café porque tendría que salir temprano, ¡Que se
apresurara! La mujer, quien había planificado dormir hasta tarde dada la hora
que fue a la cama, no tuvo más remedio que levantarse y poner en marcha el plan
ideado por un personaje olvidado entre las hojas de una novela de la biblioteca
familiar.